La Masacre de las Bananeras nos invitan a reflexionar profundamente sobre cómo la historia de explotación y violencia que marcó el pasado no ha quedado atrás, sino que sigue resonando en hechos recientes, como las condenas relacionadas con Chiquita Brands, sucesora de la United Fruit Company.
Como líder comprometido con la justicia social y los derechos laborales, considero que estas situaciones exigen no solo ser recordadas, sino que también requieren una acción firme para prevenir su repetición.
Esta tragedia no terminó en 1928. Casos recientes han revelado cómo Chiquita Brands admitió haber financiado grupos armados en Colombia entre 1997 y 2004, pagando más de 1.7 millones de dólares a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), responsables de crímenes atroces contra comunidades locales.
Este financiamiento demuestra que el poder corporativo sin regulación sigue alimentando dinámicas de abuso, incluso en el siglo XXI. Así como Chiquita Brands fue multada en Estados Unidos por sus pagos a grupos armados, es necesario que las víctimas y comunidades afectadas reciban justicia y reparaciones.
Esto no es solo una cuestión legal, sino moral. El recuerdo de la Masacre de las Bananeras y las condenas contra Chiquita Brands no deben permanecer solo en la memoria o en los titulares.
Debemos transformar estas historias de abuso en un llamado a la acción colectiva. Esto implica exigir un modelo económico que valore a las personas por encima de las ganancias, fortalecer las instituciones democráticas y garantizar que las voces de los trabajadores sean escuchadas y respetadas.
Hoy, hacer presente las enseñanzas de este trágico evento significa exigir un marco global más robusto que proteja a los trabajadores, especialmente en sectores de alta vulnerabilidad como el agrícola. Significa también reforzar los mecanismos de vigilancia internacional para evitar que se repitan las prácticas abusivas que caracterizaron a la industria bananera del siglo XX.
Además, debemos fortalecer los movimientos sindicales y las organizaciones sociales, pilares fundamentales en la lucha por la equidad laboral. El lamentable suceso, debe inspirarnos a construir un futuro donde los derechos de los trabajadores sean irrenunciables y donde las corporaciones actúen con ética y responsabilidad.
Este no es solo un llamado a recordar el pasado; es una invitación a construir un presente y un futuro que honre a las víctimas de Ciénaga mediante la creación de sociedades más justas y equitativas. Porque solo aprendiendo de nuestras heridas podemos avanzar hacia un mundo donde el trabajo sea sinónimo de dignidad y no de explotación.